Los árboles mueren de pie

Juliana
3 min readAug 1, 2024

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Hoy llamé por teléfono a mi papá porque sentí que la vida me estaba asfixiando demasiado. Se me desdibujó el propósito y me golpeó otra vez la incertidumbre una patada en la espalda que me dejó sin aire. Mi viejo siempre me acomodó las ideas. En su verborragia hay una magia que te hace hilar cada pensamiento y a veces decís que tendrá que ver una cosa con la otra, pero hoy me confesó que está orgulloso de mí y que soy una de las personas más importantes de su vida. Uno diría “obvio, es tu viejo, ¿que te va a decir?”, pero siendo una persona que tiene un papá con problemas para exteriorizar emociones me di cuenta del mensaje que se estaba hilando detrás: hija, el mundo te quiere en él. Es un regalo que él que me dió, la vida, y vivirla es el precio de ese regalo. Le pregunto a mi progenitor por qué, y él me responde que porque hay muchas cosas por las que luchar. A veces necesito ese golpazo de realidad que me hace sacar la cinta scotch con todo el dolor del mundo y sin voluntad pegarme a la vida de nuevo. Amordazar mis ganas de escapar. Se que la intención de mi viejo es que pueda ser capaz de echar raíces y que aprenda a pisar el suelo de verdad, embarrarme, aferrarme realmente a la existencia y a la vida como él lo hizo cuando luchó por la suya a los 18 años internado en un hospital. Hoy me lo dijo: los árboles mueren de pie.

Me sequé las lágrimas, le agradecí por su consuelo y miré para arriba. No se de donde lo saqué, pero siempre que algo me abruma miro para arriba. El objetivo es ser consciente de que el mundo es enorme y yo soy diminuta. Me di cuenta de que cuando me siento abrumada agacho la cabeza, encorvo la espalda, miro para abajo, como fijando en un solo sitio toda no energía que habita en mí. Mirando para arriba, convenzo a mi cerebro de que existe la vista mucho más allá de la frustración y la tristeza, que todo es más amplio y al mismo tiempo todo tiene menos sentido.

En sus palabras encuentro esas que quizás el quiso tener y no pudo cuando más lo necesitó. Me dijo: “siempre llamame, nunca vas a estar sola”. Entendí que de su árbol soy una de las ramas pilares. Y me repitió, como en ocasiones anteriores, que el cambio está dentro de mí y que no soy consciente de mi fuerza interior. Mi papá es una de esas personas que no te cruzas dos veces en la vida, que recordas sus charlas y siempre te dejan una enseñanza quieras o no, es una persona que te invita a escucharlo, a veces haciéndote preso de sus palabras. Pero algo que destaco de su ser es que cargamos el mismo dolor, sabemos implícitamente cómo nos sentimos y como compartimos ese dolor incluso sin ponerlo en palabras. Y él, su persona, su presencia en este mundo luego de tanto padecer y tanta pérdida, es la mayor prueba de que existe salida del agujero interior sin irse del mundo terrenal. Mi papá con sus dolencias siguió y hoy vive por sus convicciones y sus voluntades trabajadas y enraizadas a la tierra. Mi viejo es mi tierra y mi trabajo, después de aceptado el regalo de la vida, es enraizarme al mundo como lo hizo él.

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