Una curaduría de remansos, nostalgias y experiencias, mi diario personal a lo largo del camino. Recorrido que me hace pensarme a mi misma cómo arquitecta de mi destino y no esclava. Regalo así, una parte de mi vida.
Me encuentro de frente a la computadora, siento el teclado rozando mis manos… cada tecla que toca mi dedo se siente ansiosa, como dejando salir algo que quizás a veces (siempre) resulta extraño que salga. De vez en cuando durante el tipeo se me traba una uña por debajo de la tecla, y la mente lo interpreta como signo de detenimiento, aunque el corazón insiste con dejarlo salir. Con mucho miedo, con ganas de esconderse debajo de la cama, de armar un caparazón de barro, de sabanas, de excusas. El corazón persiste en este sentimiento de querer soltarlo todo. Explotar en palabras es algo que pocas veces dejo que pase, y siento que debería lograrlo mas seguido. Pienso (y siento) que la palabra es una herramienta que te permite explicar y explorar el mundo, expresar todo lo que vemos y sentimos y llevamos dentro. Pero tambien la pienso como un arma, que puede llegar a ser letal en muchos casos, que puede condicionar con su texto, que puede condenarnos con su subtexto. Que puede marcarnos la vida para siempre al oírla. Me resulta algo fascinante y a la vez me aterra. Y mi corazón se vuelve un huracán de adrenalina cada vez que siente la ferviente necesidad de disparar con palabras, de largarlas, vomitarlas. La escritura ocupa en mi vida esa necesidad: una especie de verborragia vomitada en lo primero que alcance. He escrito en servilletas, tickets, telas, libros, cuadernos, paredes, blogs. Me quedé con ganas de escribir en varias ocasiones. Pero la desenfrenada acción de dejar que todo salga es algo con lo que me tengo que amigar. No dejar que la palabra me condene, sino dejar que me acompañe y me sirva de guía, que sea en mi vida un instrumento de contrucción, un pasaje a la exploración y descubrimiento de mi ser interno. Gracias al habla uno puede comprender lo que lleva adentro, darle significado para uno y para otros. Quizás sea que le temo a mi interior que no dejo que mis palabras salgan hasta que tengo la necesidad de vomitarlas, quizas no esté amigada con mi mundo interno que tengo tanto miedo de compartirlo o simplemente me niego o me anulo la palabra. Y es dañino, es mas dañino que cualquier otro acto de desprotección que pueda tener conmigo misma. Incluso, son cosas que anulo en mi consciente: no dejo que la voz de mi conciencia me diga las cosas correctas, me acompañe, me tenga paciencia y me haga compañía; dejo que esa voz calle y que solo hable cuando tenga que gritarme las cosas que no quería que otros me dijeran, cuando tengo algo malo para decir de mi misma, cuando no puedo mas con nada y repite una y mil veces que estoy cansada y que necesito irme (¿a donde? no tengo a donde ir).
(Septiembre 2021)
No tener a donde ir. Un concepto gracioso: estoy en varios lugares a lo largo de mi rutina, pero ninguno es mi lugar. Noto que todos tienen adonde remitirse, donde ser, donde descansar. Un lugar donde sabes que llegas y que te vas a encontrar con el olor tan caracteristico, tan familiar, con un aire que ya conoces con el que fantaseabas incluso antes de llegar, unos colores especificos que te recuerdan al descanso, una cama, un sofá, una ducha con la temperatura exacta, la que mas te gusta y no podes encontrar en otro lugar que no sea tu casa. Todas esas comodidades y seguridades, todo ese confort caracteristico del hogar, el sentimiento de pertenencia y descanso, nunca lo pude sentir. No lo siento, y lucho contra este sentimiento tan insostenible de no tener donde ser ni pertenecer. Me da bronca, hasta diría envidia, saber que otros cuentan con esto y es algo seguro que te brinda una sensación tan placentera, tan de goce y de familia y de querer estar calentito al lado de la estufa comiendo un postre que hizo mamá o de estar al borde de la pileta con el sol en la cara dándole un sorbo al tereré que hizo papá. Desde que me mudé a los cinco años, nunca sentí mía esa casa, nunca pude conectar con su calidez, porque siempre me resultó fría y distante. Nunca quise pasar tiempo en el patio de atrás, me daba miedo porque cada tanto encontraban alguna muñeca vieja y abandonada que habían tirado cuando el terreno era baldío, y que abandonen muñecas me causaba pánico, porque yo amaba a mis muñecas, las cuidaba mucho y no dejaba que nada les pase. Hasta les prometía que ibamos a estar siempre juntas. Y al ver esas muñecas destrozadas llenas de tierra me di cuenta a una edad muy temprana que le tengo fobia al abandono. Tambien me da miedo y nostalgia perder cosas. Cualquier cosa, inclusive las que no tienen ni valor sentimental. La cantidad de cosas que perdí en esa casa es abismal, siempre me pregunto a donde fueron a parar o si mi mamá las tiró. Asocio esa casa a un monton de imposibilidades mias, no se por qué. Siempre sentí rechazo de ella y ella de mi, porque crecí viendo como toda mi familia disfrutaba de su confort unida menos yo, que los escuchaba desde mi cuarto hecha una bolita entre las sabanas, escuchando algun album folk triste y pensando que nadie me entiende. Sigo pensando y sintiendo que nadie me entiente, solo que ahora lo tengo mas asumido. Pero lo que no puedo asumir es el hecho de que no tengo un lugar donde ser ni pertenecer: Todo este tiempo estuve viviendo de prestado en varias casas. Empecé por la casa de mis tíos, un dos ambientes donde estuve aproximadamente seis meses conviviendo con una familia de cuatro personas. Llegué un 14 de febrero, viajé con todas mis cosas en el tren, mi familia me despidió en la parada de colectivos. Los primeros días, podría decir el primer mes, me sentí más acompañada que nunca en mi vida. Todos eran muy atentos conmigo, me regalaban cosas casi todos los días, comíamos facturas o tomabamos helado con una frecuencia preocupante para mis muelas, tomabamos mate y en la cena hablabamos de todo “sin filtro”. Encontré en ellos un refugio que no tenía estando en mi propia casa, me escuchaban y prestaban atención a mis preocupaciones cuando mis padres solamente me ignoraban o hacían como que no existía, como si yo no hablara. Me sentía muy ajelada y muy ajena a mi familia, y mis tíos supieron darme el hogar que yo necesitaba cuando mas sola me sentí. Fue la primera vez que viví un hogar, pero todo fue ilusorio. Ellos siempre me aconsejaban, y siempre insistían en que yo tenía que ser fuerte y ponerme firme con mis decisiones, que tenía que priorizar mis intereses y poner límites a las personas que no estuvieran de acuerdo. Cuando apliqué estos mismos limites con ellos, fue cuando se vino abajo la estructura de cristal de la que estaban hechas las bases de este hogar tan ilusorio como enfermo. Los consejos que me habían dado, todas las cosas que me enseñaron eran aplicables siempre y cuando no fueran ellos los que me juzgaran. Fue terrible para mi asumir que allí no había mas lugar para mi, que donde pensaba que había abrigo y amor ya no parecía ser el hogar al que me metí ese 14 de febrero. Fue entonces cuando me di cuenta que ya no era mas parte y tuve que hacerme un hogar yo sola. Pero el departamento que estaba alquilando en ese momento fue un lugar que desde el primer momento dentro fue estigmatizado como un lugar de mierda. Y no pude evitar sentir en todo ese tiempo que estuve ahí que era un lugar de mierda.
(Abril 2023)
Ella vive sola. Es todo lo que siempre quiso. Y lo tiene. Ella vive sola en un departamento en el barrio más caro de Buenos Aires. Ella vive sola y es un hecho, ya no es más una ilusión que se rebobinaba una y otra vez en el cuarto de la casa de sus padres. Ella tiene plantas, tiene aderezos en la heladera, tiene sus libros y sus cuadernos bien acomodados, tiene un ropero que divide el living del comedor. Ella no tiene registro del momento presente, solo vive acobijándose en sabanas prestadas, respira el aire contaminado de una ciudad frenética, baila por las noches música que sonaba en aquellas radios viejas y polvorientas que le recuerdan al lugar donde creció. Ella llora sola, recuerda sus orígenes, los brazos que la sostuvieron de pequeña, cuando se dormía en el sillón y se despertaba en su cama, tapada. Ella tiene casa, pero no se siente en casa. Esta en la total isolación, no solo física, también espiritual. Ella no piensa, su mente esta poseída por los recuerdos de una vida que no pidió y se vio forzada a vivir y que no agradece. Se queja, llora, se pelea con todos, se aleja, se vuelve piedra en aquella cama alquilada. Inclusive una vez ida de ese lugar, una parte suya quedó allí, presa de la soledad y del olvido, de la ciudad tan enorme y uno tan minúsculo.
(Diciembre 2022)
En la veda de una nueva vivencia
El alma esboza certidumbre
Por primera vez
Volver
A mi tierra natal
¿Cuál?
La que me supo dar calor,
Refugio
Lugar
En mis días más prematuros.
Las manos de mi abuela,
la pipa de mi abuelo.
El aroma a cigarro y las malas costumbres
El loro libre y las mantas tejidas
La sopa caliente y la siesta sagrada
Y cuando llora una criatura.
La cura de empacho
La quiniela
El matecocido y las tardes azules
La galería y las dalias oscuras
El ruido del teléfono y mi respiración del otro lado.
El zamarreo cuando me portaba mal
Y cuando sirven el puchero.
Las fiestas siempre bien celebradas
Los domingos a la luz de la tarde
Los turrones duros y la sidra caliente
Los fuegos artificiales, el olor a pólvora.
Los abrazos.
La fruta fresca y la caricia de Juana
El flan casero
Y cuando Mario me retó
Por tocar su afilador.
La escucha atenta, presente.
Consuelo,
Juguetes,
Películas,
Chamamé y folklore,
Descansos,
Refugios,
Muertes,
Llantos,
Bailes,
Velorios,
Juegos,
Rezos,
Bingos,
Disputas,
Encuentros,
Mate caliente y pan casero.
Ladrillo por ladrillo.
La casa de mis abuelos.
Hoy, mi casa.
Le prometí a la vida cuidar mi tierra,
a cambio se lleve mi miseria.
Y me trajo acá.
A pagar la deuda con mis ancestros.
A honrarlos,
a volver a mi lugar,
aquel que siempre estuvo ahí y solo supe comprender
cuando ya nadie lo habitó.
(Agosto 2024)