Compañeros de banco

Juliana
4 min readSep 21, 2023

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Recuerdo que el calorcito ya empezaba a brotar por las calles y el aire de primavera entraba por las ventanas del aula. Nos rozaba los bracitos, casi lampiños, que ya estaban descubiertos de la campera verde del uniforme que usábamos hasta hace casi dos semanas atrás. Estábamos en septiembre, el mes en que nos conocimos.

Recuerdo también la primera vez que escuché de vos. No recuerdo bien en qué contexto, pero estoy segura que fue ese mismo 2012 cuando te mandaste alguna cagada con el compañero de banco de tu curso, cómplice en tus travesuras. Dos nenes con infancias corrompidas que buscaban llamar la atención de alguna manera. Y lo conseguían fácilmente: vivían en la dirección del colegio, en reuniones de padres, afuera del aula en penitencia. Y recuerdo que no te importaba, que te reías y que todos adulaban tus hazañas. Yo, confieso, tenía mis prejuicios. Sabé comprender, era literalmente todo lo opuesto: abanderada y siempre alumna 10, disciplinada y aplicada, muy timida y muy insegura también. Siempre trataba de que nada se me fuera de mi eje, pero siempre me relacioné con amigas con las que no me sentía comoda, y eso lo notaste desde que me conociste. Recuerdo haberte visto en una de tus penitencias, yo de camino al baño… todas las chicas gustaban de vos, estaban locas por vos. Y yo te miré y pensé “miralo al salame éste ”. Vos me miraste, confundido, y con la ceja levantada me dijiste “hola”. No respondí y me fui rápido. Me intimidaba un poco hablar con el mas “popular” de ese momento en el colegio. Después de ese primer encuentro te cambiaron de curso al mío, vaya uno a saber por qué macana. Al instante te integraron los “populares” de mi curso, casi como si se tratara de una cuestión sectaria. Yo había decidido alejarme de ese grupo y empezar a interactuar con otros compañeros, por lo cual me sentaba sola, pero hablaba con todo el mundo.

Una de esas tardes en las que la brisa y el aroma a jazmín nos adelantaban que ya había pasado más de la mitad del año y que faltaba tan solo un día para llegar la primavera, decidiste acercarte. Tuvimos varias interacciones previas, siempre muy breves, pero con mucha buena onda. Y éramos muy compatibles en ese sentido: manejabamos un mismo tipo de humor, y casi al instante de comenzar a intercambiar palabras, generamos un mismo dialecto. Era extraño, porque pertenecíamos a mundos diferentes, a dos puntas extremas del salón, a dos bandos contrarios: los castigados y los abanderados. Pero igualmente, en esos destellos de conversaciones breves y divertidas, encontramos algo. Es por eso que ese 20 de septiembre, mientras estabamos en hora libre, me viste sentada sola y me preguntaste:

“Juli, ¿estas sentada con alguien?”

“No”, te respondí yo, “¿por?”

“No, no. Por nada”.

Bueno, pensé. Quizas le dió curiosidad. Pero sentía una mirada atrás mío. Estabas como disperso en ese grupo de rebeldes y maleducados del curso. Por más que esa haya sido tu zona de confort en otros momentos, tu mirada hacia mi banco de al lado me hizo pensar, todavía con prejuicio, “será que me lo estoy imaginando, o no se está sintiendo cómodo con los suyos”. Unos minutos mas tarde, sintiendote venir desde tu asiento de atrás hacia el que estaba al lado del mío, te veo con la mochila en el brazo, la carpeta en la mano y la pregunta en la boca:

“Juli, ¿me puedo sentar con vos?”

“¡Obvio!”,

respondí, y rápidamente hice un espacio de mis cosas para que pongas las tuyas. Y a día de hoy, 11 años después, siento que eso fue lo que definió nuestra amistad. Desde ese primer momento, nos hicimos un espacio de nuestras cosas para poner las del otro: ni yo necesitaba estar tan contracturada en mi infancia, ni vos necesitaste ser tan terrible y desobediente en la tuya. Los dos nos complementamos al instante, y desde ese momento jamás nos volvimos a separar. Siempre nos mantuvimos en una misma constante: aprender el uno del otro, absorbiendo conocimientos, juegos, palabras, formas de pensar, secretos, e intercambiando mucho cariño y admiración mutua desde una edad muy temprana.

Hoy te recuerdo, amigo mío, desde la lejanía de tu corporalidad. Todas las hojas son del viento, dijo una vez el Flaco, y tenía razón. Los caminos pueden tomar rumbos diferentes, se pueden plantear metas u objetivos distintos, las pérdidas pueden interponer los planes de un futuro junto a tu mejor amigo, pero nada puede quitar de mi memoria la fecha en la que te conocí. El olor, el sabor de las golosinas que compartíamos e intercambiabamos y como no nos importaba que se nos llenaran los dientes de caries, las locuras en el patio del colegio, en los viajes, en las llamadas y juntadas. Todo devino en la mejor amistad que experimenté jamás, en una unión o conexión que fue más allá del tiempo y más allá del cuerpo. Tu voz me resuena todavía incluso en las situaciones mas absurdas, y es que dejaste muchísimo. Pero sobre todo, destaco el hecho de que un 20 de septiembre nos elegimos para no deselegirnos nunca más. Y en tu ausencia se, amigo querido, hermano, que la decisión de hacernos un lugar el uno con el otro fue de las mas lindas e importantes que tomé en mi vida. Ese acierto en la infancia dejó en mi adultez un mar de luz y recuerdos preciosos que hoy vos cuidas desde donde estés, y que yo no dejo morir, a través de las palabras.

Te ama y te recuerda, tu hermana.

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Juliana
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